Por: Raúl Valencia Ruiz (@v4l3nc14).
7 de diciembre de 2018.-«Acá había un aroma a ‹nuevo› (escribió en octubre de 2018 el arquitecto Dante Alejandro Velázquez en su colaboración para elrio.mx), a ladrillo recién encalado y cancelería de tubular; mientras que en la Juárez, el adobe, las jambas de cantera y los paredones neoclásicos nos rodeaban. Las casas allá tenían un toque de ancianidad».
En su relato, el también poeta de Lagos de Moreno, nos ofrece una mirada a su infancia, a lo que significó para él dejar junto con su familia las calles del «viejo» Lagos, en la década de 1980, para instalarse en la «moderna» y recién construida colonia Lomas del Valle.
Esta imagen, que evoca a la nostalgia por un tiempo que se ha ido, donde lo viejo cede el paso a lo nuevo, ilustra también un hecho que ayuda a explicar muchos de los dilemas en los que los ciudadanos en Lagos de Moreno estamos inmersos.
Este hecho se refiere a lo que llamamos «modernidad» o, dicho específicamente, a la «modernización» de Lagos. Mientras que en muchas regiones del país, al inicio de la década de 1990, el debate político recaía en las implicaciones del fraude electoral de 1988, en algunas otras se debatían las expectativas económicas por el aparente ingreso de México al primer mundo:
«El Tratado de Libre Comercio (TLC) de América del Norte supone para México la entrada en el primer mundo, le reconcilia con Estados Unidos –con quien mantiene una relación de amor y odio de origen histórico– y corona la nueva revolución, más económica que política, iniciada por el presidente Carlos Salinas de Gortari hace ahora cuatro años» (El País, 13/08/1992).
La simpatía del entonces Presidente de la República por Lagos de Moreno, en apariencia producto de su matrimonio con la hija de una de las familias oligarcas del pueblo, supuso en el imaginario local un escenario excepcionalmente favorable para que, por fin, Lagos y los laguenses (aunque algunos, no todos, claro) ocuparan su lugar en la historia triunfal de México que estaba a punto de escribirse.
Las evidencias estaban ahí: en la construcción de la maxipista Lagos-Guadalajara, que acortaba el tiempo y la distancia con la capital del estado y mitigaba el centralismo administrativo, judicial, comercial y educativo de aquel entonces; en las nuevas instalaciones del núcleo de la Feria Lagos que, no poca cosa, albergan al lienzo charro más grande el país, lo que nos ubicaba como la capital de la charrería, «deporte nacional por excelencia»; en el aeropuerto operado por la empresa Taesa, con vuelos a la Ciudad de México y Tijuana, los extremos de los nuevos límites de nuestra comunicación directa con el mundo, aunque tal acceso no existe más; en la visita del Rey de España, su majestad Juan Carlos I y su Consorte la Reina Sofía, quienes «recibieron encantados las muestras de afecto del pueblo de Lagos». En fin, parecían buenos tiempos aquellos: el ingreso de Lagos a la modernidad y la reivindicación de la tradición hispánica y católica en el fin de siglo.
Ahora, 30 años después de iniciada la «modernización» salinista, la promesa de ingresar al primer mundo se cumplió sólo para algunos. Sabemos, gracias al informe Oxfam México 2017, que el 1% de los mexicanos más ricos concentró el 28% de la riqueza del país en el último año y que los 10 mexicanos más acaudalados tienen la misma riqueza, equivalente a 108 mil millones de dólares, que el 50% más pobre en el país. Es evidente que, en México, en los últimos 30 años hubo un incremento de la riqueza, pero su distribución fue, por decir lo menos, desigual.
En el caso de Lagos de Moreno, por ejemplo, en el la década de 1990, según datos del INEGI, habitábamos 104 mil 570 personas, para 1995 había 124 mil 818, en el año 2000 el número total de habitantes incrementó «ligeramente» a 127 mil 287 para, en el año 2005, llegar a los 140,001 habitantes y, finalmente, alcanzar la cifra de 153 mil 817 personas de acuerdo a los resultados del Censo de Población y Vivienda de 2010. ¿Qué cifra habremos de alcanzar en el próximo Censo de 2020?
Es necesario conocer estos números para comprender que a partir de la «modernización» iniciada en la década de 1990, no sólo el paisaje urbano cambió en nuestro país y municipio, sino que las dinámicas demográficas y de los perfiles socioculturales en la población nos convirtieron en una sociedad más heterogénea que, como se ha dicho, es evidente que hubo un incremento de la riqueza y se ampliaron servicios en comunicación, transporte, salud, vivienda, educación, etcétera, con varios asegunes, pero que, pese a ello, nos encontramos estancados en varias paradojas. La más notable es la raquítica distribución de la riqueza y la pauperización de los servicios a los que accedimos al finalizar el siglo XX.
Otra paradoja recae en el hecho de que el incremento en la capacidad productiva en México, producto del intercambio comercial con Estados Unidos y Canadá, no sólo se produjo gracias a la inversión de capital del Estado, nacional e internacional en el aparato productivo en varios sectores estratégicos en el país; sino que también provino del abaratamiento de la mano de obra que opera dicho aparato.
Es decir, la migración internacional, que por décadas subsanó las necesidades de los habitantes en varias regiones del país, como la de Los Altos de Jalisco, paulatinamente fue decayendo, debido a que la relación costo-beneficio de la migración internacional indocumentada fue cambiando. Ahora, las dinámicas migratorias ocurren desde las regiones más pobres del país, hacia las zonas donde se instalaron las empresas maquiladoras o ensambladoras de productos y mercancías, con las que México participa en el mercado internacional.
Todas estas personas, podría decirse, son «el ejército de reserva» que abarata los costos de la producción industrial y manufacturera, en beneficio de las utilidades del capital, sea nacional o internacional. En está dinámica se encuentra inmersa nuestra ciudad. Lagos de Moreno ha experimentado un cambio sustancial en cuanto a su población y extensión. Brindar vivienda a la creciente población implicó el cambio de terrenos agrícolas a residenciales, no siembre bajo una planeación urbana de largo alcance, sino por los intereses de las administraciones en turno, quienes concedían cambios de uso de suelo, aún incluso en zonas no aptas para ello.
Todo esto, aunado al hecho de que un trabajador que, en promedio, reciba un salario de 5 mil pesos mensuales, requerirá casi 7 años para adquirir una vivienda cuyo valor sea de 400 mil pesos, si es que puede destinar el 100% de su salario a la hipoteca y tenga garantías de que mantendrá su empleo por lo menos durante ese tiempo. Así es como en Lagos de Moreno hemos visto proliferar colonias populares, donde la densidad poblacional es muy alta y se asemeja cada vez más al hacinamiento, donde las condiciones de vida carecen aún de acceso a servicios básicos de calidad, que el municipio está obligado a proporcionar, como agua potable, alumbrado eléctrico, drenajes, bajo la excusa de que no «aportan» al mejoramiento de su colonia.
Pese a las certezas que la «modernidad» salinista propuso al comenzar la década de 1990, al día de hoy, nos encontramos ante un escenario completamente distinto, donde no hemos sabido enfrentar y comprender los desafíos que el crecimiento urbano y poblacional conllevan. Ensimismados en la ilusión de un pasado grandilocuente, seguimos a la espera de que lo viejo de lugar a lo nuevo, a los lagos de modernidad; aunque, es sabido, que «todo lo sólido se desvanece en el aire».