Por: Felipe Cobián
28 de enero de 2019.- “Aunque no era del todo de mis confianzas, yo nunca creí que Raúl Padilla López me fuera a traicionar”, me dijo hace cerca de 30 años en su residencia, a un costado del parque Colomos, Álvaro Ramírez Ladewig, invadido por el dolor y la tristeza.
El sucesor, como ya se sabe, de su hermano Carlos Ramírez Ladewig en el cacicazgo de la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG), el ingeniero Álvaro, agregó en esa ocasión quebrado por el dolor:
“Yo lo hice primero presidente de la FEG (1977-79), y ya cuando se llegó el tiempo de designar rector, vino aquí a mi casa y me lloró, materialmente me lloró y casi se me hinca para que lo hiciera rector. No iba a ser él, iba a ser otra persona, pero no él. Dudé mucho y por fin me decidí por él y mira lo que me ha hecho: traicionarme.”
Entonces me confesó –lo recuerdo apenas–, que uno de sus candidatos era Horacio García Pérez, también expresidente de la FEG como lo era Raúl.
Eran los tiempos posteriores al rompimiento entre Padilla López y su padrino Ramírez Ladewig. Las acusaciones en desplegados periodísticos iban y venían. Los periodicazos de uno contra el otro se sucedían a diario, acusándose mutuamente, pero todo mundo sabía quién realmente lo llevó a la rectoría de la Universidad de Guadalajara (1989-1975).
Y formó un gran clan, y para consolidarse fundó la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) y transformó, a su antojo, los sindicatos universitarios, tanto de trabajadores como de académicos, y así, hasta manejar completamente su operatividad a través del Consejo General Universitario que le aprueba todas sus propuestas.
Así, Padilla López se adueñó de la UdeG sin nadie que le chistara.
Uno de sus primeros logros fue conseguir la autonomía universitaria en el interinato del gobernador Carlos Rivera Aceves (1992-1995).
De gira por San Gabriel, lo recuerdo muy bien, cuando Rivera Aceves me preguntó qué opinaba de darle o no la autonomía a la UdeG, le respondí: “Primero tienes que hacerle una auditoría y luego dársela, pero que esa autonomía no signifique el manejo discrecional del presupuesto. Éste debe de estar siempre bajo la supervisión del gobierno estatal. La autonomía es sólo para fines académicos, educativos”.
No obstante, Rivera Aceves, quien sustituyó a Guillermo Cosío Vidaurri tras las explosiones del 22 de abril de 1992, entregó completamente a la UdeG en manos de quien hoy es, en la práctica, su dueño, señor y factótum: Raúl Padilla López, a quien sus allegados lo llaman simplemente El Licenciado.
El 6 de febrero será el trámite formal de elección del nuevo rector en el Paraninfo de la UdeG, como lo han hecho en las últimas cuatro rectorías: bajo los acuerdos tomados por anticipado por Raúl Padilla López.
Se reunirán los 186 integrantes del Consejo General Universitario (CGU) o, al menos, las dos terceras partes de lo que llaman “La burguesía dorada”, votarán por el designado de entre seis candidatos: José Alberto Castellanos Gutiérrez y Ricardo Villanueva Lomelí, egresados de la FEU, donde fueron presidentes; Ruth Padilla Muñoz, quien ya compitió una vez; Jaime Federico Andrade Villanueva, Héctor Raúl Pérez Gómez y Héctor Raúl Solís Gadea.
En la práctica, de entre los seis, uno es ya el elegido anticipadamente, los demás son, desde hace rato, meras comparsas, de ahí que no haya propuestas de fondo ni verdaderas discusiones para transformar y poner al día a la Universidad de Guadalajara, la segunda más grande del país.
Así como en la Iglesia católica se hace desde tiempos inmemoriales con la designación de cardenales in péctore (en el pecho del Papa), en naciones donde hay conflictos religiosos con gobiernos, y sus nombres se desconocen públicamente, así el mandamás de la UdeG tiene ya in péctore al próximo rector, sólo que lo oficializará el día señalado su instrumento legitimador: el Consejo General Universitario.